FELIX W BERNARDINO Un mÚsico criminal al servicio de Trujillo
Es poco lo que se conoce de la infancia de Félix W.
Bernardino, nativo de El Seibo, excepto que a principios de 1920 fue
uno de los primeros saxofones de la banda de música de Santo Domingo y
posteriormente un sicario de Trujillo. En una reconocida publicación
dominicana se dijo que la W. de Bernardino significaba Winchester,
porque tenía una escopeta de esa marca que utilizaba frecuentemente.
Pero no es así. Son pocos los que saben que el nombre completo de
Bernardino era Félix Wenceslao Bernardino Evangelista. En 1930 guardó
prisión en la fortaleza Ozama por haber dado muerte a un hombre. Estudió
Derecho en la prisión, graduándose de abogado en la Universidad de
Santo Domingo. Una vez graduado, envió una carta a Trujillo, que ya era
Presidente, con elogios a su gobierno por auspiciar un régimen
carcelario que permitía a los presos estudiar y lograr una profesión.
En lo adelante, Bernardino sirvió como diplomático, político y hacendado, pero especialmente amigo y fiel servidor de Trujillo, a quien llamaba "mi Generalísimo". En sus tareas diplomáticas se vio involucrado en varios crímenes en el exterior-el secuestro en Nueva York el 12 de marzo de 1956 del profesor español Jesús de Galíndez, quien después de ser traído a la República Dominicana y llevado ante Trujillo, jamás apareció; la muerte del periodista Andrés Francisco Requena, autor del libro "Cementerio sin Cruces", contrario a Trujillo, el 2 de octubre de 1952; y en la muerte del líder obrero Mauricio Báez en La Habana, el 8 diciembre de 1950. Ese día, agentes encubiertos al servicio de Trujillo se presentaron en casa número 8 de la calle Cervantes, en el reparto Sevillano en La Habana, secuestraron a Mauricio Báez, y nunca más se le volvió a ver. Bernardino cumplía esa misión en Cuba cuando el hecho se produjo.
Los casos de crímenes en los cuales Bernardino se vio envuelto determinaron que varios países latinoamericanos se negaran a aceptarlo en sus respectivos territorios.
Tras la muerte de Trujillo, Bernardino fue juzgado en Santo Domingo, acusado de haber dado muerte, entre otros, a Héctor Barón García y a los hermanos Héctor y Pedro Díaz; de la muerte de Demetrio Castro; de causar heridas con lesión permanente a ciudadanos dominicanos y haitianos, en la hacienda que poseía en El Pintado, de El Seibo; de abuso de poder por haber despojado de terrenos a sus legítimos propietarios, de prisión arbitraria y actos de barbarie.
El juicio en su contra se inició el 1 de octubre de 1962 y el proceso duró varios años, durante los cuales Bernardino permaneció preso en La Victoria, donde se dice gozaba de privilegios y comodidades. Siempre proclamó su inocencia. El 20 de abril de 1966, es decir cuatro años después de iniciarse el proceso judicial, en el Gobierno Provisional del doctor Héctor García Godoy, el fiscal de la Primera Cámara Penal solicitó el descargo de Bernardino de todas las acusaciones y que fuera solamente sometido a la pena cumplida por incendio voluntario.
El 30 de agosto de 1963, a menos de un mes del derrocamiento del Gobierno constitucional de Juan Bosch, el Instituto Agrario Dominicano distribuyó entre 105 campesinos de El Pintado, tierras de Bernardino, que les habían sido confiscadas en 1962 por el Consejo de Estado. Sin embargo, años después Bernardino no solamente recuperó sus tierras, sino que logró un fallo condenatorio contra la empresa azucarera norteamericana Gulf and Western, para que le pagara casi un tercio de un millón de pesos por el supuesto usufructo indebido de sus tierras. Otro fallo judicial revocó el anterior y la Gulf se vio así liberada de efectuar el pago al que había sido condenada.
Pero Bernardino, ni siquiera porque su líder Trujillo había desaparecido del escenario político, se vio nuevamente envuelto en un suceso que ocupó las primeras páginas de los periódicos, al ser acusado por el embajador de Haití en la República Dominicana, Clement Vincent, de haber dado muerte y herido a varios de sus compatriotas. La versión que circuló entonces fue la de que varios haitianos que habían terminado sus labores en plantaciones del Consejo Estatal del Azúcar, en lugar de ser repatriados como acordaba su contrato, fueron llevados a la fuerza a la finca de Bernardino. Se dice que Bernardino pagó la suma de diez pesos por cada haitiano. Pero como se negaron a trabajar, de acuerdo a esas versiones, el propio Bernardino les cayó a tiros, lo que dio lugar a que el embajador Vincent se presentara a la casa campestre de Bernardino, con quien discutió acaloradamente.
El autor de este libro, enviado a cubrir el incidente para el matutino Listín Diario, recuerda perfectamente la agria disputa verbal entre Bernardino y el diplomático, que por poco degenera en una tragedia pues el esbirro a cada momento se aferraba a la canana de su revólver. Compañeros de Vincent le aconsejaron retirarse, pues "ese hombre es capaz de todo".
Terminado el incidente, traté de escuchar la versión de Bernardino, quien me dijo:
--Me parece haberle visto en alguna parte. Humm, déjame ver. Oh, ahora recuerdo, fue en el despacho del general (José de Jesús) Morillo López, cuando era jefe de la Policía.
En efecto, en 1967, mientras me disponía a entrevistar en su despacho a Morillo López, vi a un hombre con traje negro y lentes oscuros que miraba hacia el estacionamiento de vehículos. Morillo López, tuteándole, le dijo:
--Bernardino, te presento al periodista Santiago Estrella Veloz, el patriota. (Morillo López utilizaba ese tipo de bromas posiblemente por mis simpatías con la izquierda, algo que la Policía sabía perfectamente. En este caso era una descripción peligrosa la que hizo de mí, al llamarme burlonamente patriota).
Bernardino me extendió su mano y, mientras me escrutaba como si examinara a un insecto, comentó:
--Conque patriota, ¿eh?
Hice un par de preguntas a Morillo López y salí rápidamente de su despacho, pues entonces tenía una vaga idea de los antecedentes de Bernardino, ahora ante mí después de su discusión con el embajador haitiano.
--Sí, fue en el despacho de Morillo López que le conocí. ¿Usted es el patriota, verdad?-repitió Bernardino.
Confieso que quedé asombrado ante la capacidad de memoria de Bernardino, quien me invitó a entrar a la sala de su casa, no así a sentarme. En cambio, me señaló varias fotos de Trujillo que colgaban en cuadros cuidadosamente colocados en las paredes. Había también varias fotografías del propio Bernardino montado a caballo, pues no en balde había formado una banda de matones trujillistas llamada "Los Jinetes del Este", que solían participar en desfiles de apoyo a Trujillo. "Ese era mi Generalísimo, un hombre bueno que amaba este país", me repitió varias veces Bernardino. "Este pueblo pendejo no se da cuenta de lo que perdió al morir mi Generalísimo".
En un acto de osadía juvenil, le pedí que me dejara pasar a la parte atrás de la vivienda, donde comenzaba la finca, para ver si era cierto que allí había una fosa común donde habrían sido enterrados los haitianos asesinados. Bernardino sonrió con sarcasmo, al tiempo que me decía:
--No es bueno que vaya al patio, porque ahí hay mucho lodo, patriota.
En realidad, no existía tal lodo, pues en esos días no había llovido en la zona.
En lo adelante, Bernardino sirvió como diplomático, político y hacendado, pero especialmente amigo y fiel servidor de Trujillo, a quien llamaba "mi Generalísimo". En sus tareas diplomáticas se vio involucrado en varios crímenes en el exterior-el secuestro en Nueva York el 12 de marzo de 1956 del profesor español Jesús de Galíndez, quien después de ser traído a la República Dominicana y llevado ante Trujillo, jamás apareció; la muerte del periodista Andrés Francisco Requena, autor del libro "Cementerio sin Cruces", contrario a Trujillo, el 2 de octubre de 1952; y en la muerte del líder obrero Mauricio Báez en La Habana, el 8 diciembre de 1950. Ese día, agentes encubiertos al servicio de Trujillo se presentaron en casa número 8 de la calle Cervantes, en el reparto Sevillano en La Habana, secuestraron a Mauricio Báez, y nunca más se le volvió a ver. Bernardino cumplía esa misión en Cuba cuando el hecho se produjo.
Los casos de crímenes en los cuales Bernardino se vio envuelto determinaron que varios países latinoamericanos se negaran a aceptarlo en sus respectivos territorios.
Tras la muerte de Trujillo, Bernardino fue juzgado en Santo Domingo, acusado de haber dado muerte, entre otros, a Héctor Barón García y a los hermanos Héctor y Pedro Díaz; de la muerte de Demetrio Castro; de causar heridas con lesión permanente a ciudadanos dominicanos y haitianos, en la hacienda que poseía en El Pintado, de El Seibo; de abuso de poder por haber despojado de terrenos a sus legítimos propietarios, de prisión arbitraria y actos de barbarie.
El juicio en su contra se inició el 1 de octubre de 1962 y el proceso duró varios años, durante los cuales Bernardino permaneció preso en La Victoria, donde se dice gozaba de privilegios y comodidades. Siempre proclamó su inocencia. El 20 de abril de 1966, es decir cuatro años después de iniciarse el proceso judicial, en el Gobierno Provisional del doctor Héctor García Godoy, el fiscal de la Primera Cámara Penal solicitó el descargo de Bernardino de todas las acusaciones y que fuera solamente sometido a la pena cumplida por incendio voluntario.
El 30 de agosto de 1963, a menos de un mes del derrocamiento del Gobierno constitucional de Juan Bosch, el Instituto Agrario Dominicano distribuyó entre 105 campesinos de El Pintado, tierras de Bernardino, que les habían sido confiscadas en 1962 por el Consejo de Estado. Sin embargo, años después Bernardino no solamente recuperó sus tierras, sino que logró un fallo condenatorio contra la empresa azucarera norteamericana Gulf and Western, para que le pagara casi un tercio de un millón de pesos por el supuesto usufructo indebido de sus tierras. Otro fallo judicial revocó el anterior y la Gulf se vio así liberada de efectuar el pago al que había sido condenada.
Pero Bernardino, ni siquiera porque su líder Trujillo había desaparecido del escenario político, se vio nuevamente envuelto en un suceso que ocupó las primeras páginas de los periódicos, al ser acusado por el embajador de Haití en la República Dominicana, Clement Vincent, de haber dado muerte y herido a varios de sus compatriotas. La versión que circuló entonces fue la de que varios haitianos que habían terminado sus labores en plantaciones del Consejo Estatal del Azúcar, en lugar de ser repatriados como acordaba su contrato, fueron llevados a la fuerza a la finca de Bernardino. Se dice que Bernardino pagó la suma de diez pesos por cada haitiano. Pero como se negaron a trabajar, de acuerdo a esas versiones, el propio Bernardino les cayó a tiros, lo que dio lugar a que el embajador Vincent se presentara a la casa campestre de Bernardino, con quien discutió acaloradamente.
El autor de este libro, enviado a cubrir el incidente para el matutino Listín Diario, recuerda perfectamente la agria disputa verbal entre Bernardino y el diplomático, que por poco degenera en una tragedia pues el esbirro a cada momento se aferraba a la canana de su revólver. Compañeros de Vincent le aconsejaron retirarse, pues "ese hombre es capaz de todo".
Terminado el incidente, traté de escuchar la versión de Bernardino, quien me dijo:
--Me parece haberle visto en alguna parte. Humm, déjame ver. Oh, ahora recuerdo, fue en el despacho del general (José de Jesús) Morillo López, cuando era jefe de la Policía.
En efecto, en 1967, mientras me disponía a entrevistar en su despacho a Morillo López, vi a un hombre con traje negro y lentes oscuros que miraba hacia el estacionamiento de vehículos. Morillo López, tuteándole, le dijo:
--Bernardino, te presento al periodista Santiago Estrella Veloz, el patriota. (Morillo López utilizaba ese tipo de bromas posiblemente por mis simpatías con la izquierda, algo que la Policía sabía perfectamente. En este caso era una descripción peligrosa la que hizo de mí, al llamarme burlonamente patriota).
Bernardino me extendió su mano y, mientras me escrutaba como si examinara a un insecto, comentó:
--Conque patriota, ¿eh?
Hice un par de preguntas a Morillo López y salí rápidamente de su despacho, pues entonces tenía una vaga idea de los antecedentes de Bernardino, ahora ante mí después de su discusión con el embajador haitiano.
--Sí, fue en el despacho de Morillo López que le conocí. ¿Usted es el patriota, verdad?-repitió Bernardino.
Confieso que quedé asombrado ante la capacidad de memoria de Bernardino, quien me invitó a entrar a la sala de su casa, no así a sentarme. En cambio, me señaló varias fotos de Trujillo que colgaban en cuadros cuidadosamente colocados en las paredes. Había también varias fotografías del propio Bernardino montado a caballo, pues no en balde había formado una banda de matones trujillistas llamada "Los Jinetes del Este", que solían participar en desfiles de apoyo a Trujillo. "Ese era mi Generalísimo, un hombre bueno que amaba este país", me repitió varias veces Bernardino. "Este pueblo pendejo no se da cuenta de lo que perdió al morir mi Generalísimo".
En un acto de osadía juvenil, le pedí que me dejara pasar a la parte atrás de la vivienda, donde comenzaba la finca, para ver si era cierto que allí había una fosa común donde habrían sido enterrados los haitianos asesinados. Bernardino sonrió con sarcasmo, al tiempo que me decía:
--No es bueno que vaya al patio, porque ahí hay mucho lodo, patriota.
En realidad, no existía tal lodo, pues en esos días no había llovido en la zona.
Esa
fue la segunda y última vez que me encontré con Bernardino, un bárbaro
de las sombras, que murió en los Estados Unidos el 18 de marzo de 1982.
Su hermana Minerva, también abogada y furibunda trujillista, fue embajadora ante las Naciones Unidas. Tuvo el honor de ser una de las pioneras a nivel mundial en la lucha a favor de los derechos humanos y de la mujer. Sus impresionantes logros obtenidos a lo largo de más de medio siglo de trabajo fueron reconocidos en vida por medio de múltiples países y por la misma sede de las Naciones Unidas, donde ella llegó a ocupar cargos importantes de UNICEF y ministra plenipotenciaria de la República Dominicana, entre otros, y donde participó en la firma de importantes acuerdos internacionales.
También formó parte de la firma de la Carta de las Naciones Unidas y de la Declaración Universal de los Derechos. Gracias a una iniciativa suya, en los documentos oficiales de las Naciones Unidas se cambió el término de "Derechos del Hombre" por el de "Derechos Humanos", obviamente para incluir a la mujer.
Murió en los Estados Unidos en septiembre de 1998. Una Fundación para ayudar a la mujer y a los niños lleva su nombre.
Su hermana Minerva, también abogada y furibunda trujillista, fue embajadora ante las Naciones Unidas. Tuvo el honor de ser una de las pioneras a nivel mundial en la lucha a favor de los derechos humanos y de la mujer. Sus impresionantes logros obtenidos a lo largo de más de medio siglo de trabajo fueron reconocidos en vida por medio de múltiples países y por la misma sede de las Naciones Unidas, donde ella llegó a ocupar cargos importantes de UNICEF y ministra plenipotenciaria de la República Dominicana, entre otros, y donde participó en la firma de importantes acuerdos internacionales.
También formó parte de la firma de la Carta de las Naciones Unidas y de la Declaración Universal de los Derechos. Gracias a una iniciativa suya, en los documentos oficiales de las Naciones Unidas se cambió el término de "Derechos del Hombre" por el de "Derechos Humanos", obviamente para incluir a la mujer.
Murió en los Estados Unidos en septiembre de 1998. Una Fundación para ayudar a la mujer y a los niños lleva su nombre.
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